Parroquia La Milagrosa (Ávila)

lunes, 9 de marzo de 2015

Una ley de máximos: el amor (Miércoles de la 3ª Semana)


No he venido a abolir la ley y los profetas, sino a dar plenitud
(Mateo 5,17-19)

Lo que nosotros llamamos el Primer Testamento o el Antiguo Testamento, los judíos lo llamaban la Ley y los Profetas. La Ley eran los cinco primeros libros, desde el Génesis hasta el Deuteronomio. Y luego venían todos los profetas que habían hablado en nombre de Dios. Nada de todo eso está destinado a ser abolido o suprimido, porque contiene grandes riquezas, grandes revelaciones de las que siempre podremos aprovechamos. Pero, como dijo Jesús mismo, aquí hay uno que es más que Salomón. Las enseñanzas y la vida de Jesús superan a la Ley antigua y, sobre todo, a la manera casuística y escrupulosa como los fariseos la interpretaban y practicaban. A menudo, fijar la atención excesivamente en la "letra" les llevaba a los interpretes oficiales de la Ley a fijar unos mínimos donde se aseguraba el cumplimiento de la misma.

Jesús no sólo observa el sábado, sino que se declara dueño del sábado y lo lleva a su plenitud, porque lo vive desde el mandamiento supremo del amor. Por eso, los que le seguimos no podemos contentarnos con cumplir con unas normas mínimas, cosa que nos sucede a veces porque es relativamente más fácil y menos exigente. Por eso Jesús puede decir que él no ha venido a cambiar ni una tilde de la ley. Jesús se pone en otra perspectiva. No se trata de cumplir unos mínimos sino de construir el reino, de fomentar la fraternidad, el perdón, la reconciliación, el amor.

En el amor no hay mínimos sino máximos. Jesús nos amó tanto que lo dio todo por nosotros. Todo. A los que viven así las normas les preocupan muy poco. Están por encima. Las cumplen y más. Y hasta saben en algún momento saltárselas porque el amor está por encima de cualquier norma. El mismo Jesús se saltó muchas veces las normas de los judíos. A él sólo le importaba el reino. No puso límites su entrega. Y nos dejó una norma por encima de todas: el amor. El amor y el servicio al prójimo son la plenitud de toda ley, porque Dios mismo es amor. Así practicó Jesús la Ley y así nos enseñó a practicada nosotros también.

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