Parroquia La Milagrosa (Ávila)

domingo, 29 de marzo de 2015

Nada ha cambiado (Viernes Santo)


¡Verdaderamente, este hombre era hijo de Dios!
(Juan 18, 1 -19, 42)

Aquí tenéis al hombre. Al hombre por excelencia. Y al hombre en toda su fragilidad. A pesar de su inocencia, nadie va a mover un dedo para salvado. ¡Ni Dios mismo! ¿Qué habría sucedido si doce legiones de ángeles hubieran bajado del cielo para librado? Se lo habría merecido. Pero ¿y todos los que son injustamente ejecutados, y los condenados a morir de hambre, y todos los que un día nos encontraremos en trance de muerte? ¿Significaría eso que todos los demás no nos lo habríamos merecido? ¿No habría significado que en este mundo cada cual se lleva su merecido? ¿Que los que triunfan es porque se lo merecen y los que mueren en la miseria también se lo han merecido? Entonces, con Jesús la historia no habría cambiado.

Pero no. Jesús asumió la suerte de todos los perdedores de este mundo (que, un día u otro, seremos todos). Entonces, ¿su muerte fue una derrota más de los pobres y los inocentes? De ninguna manera. Su muerte fue una victoria: murió amando y perdonando. Demostró que el amor es todopoderoso ante el mal. Dios se identificó con el crucificado. El centurión tenía razón: ¡Verdaderamente este hombre era hijo de Dios!

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