Parroquia La Milagrosa (Ávila)

sábado, 28 de febrero de 2015

Nuestro único título: hermano (Martes de la 2ª Semana)


Uno es vuestro maestro, y todos vosotros sois hermanos
(Mateo 23,1-12)

Jesús quiere que intensifiquemos las dos dimensiones fundamentales de nuestra vida cristiana. La primera, la dimensión vertical: el trato directo con Dios nuestro Padre, nuestro único Padre, y la escucha, también directa, en la oración de las palabras de nuestro único Maestro, que es Jesús.

Y, en segundo lugar, quiere que intensifiquemos también nuestra relación fraterna dentro de la Iglesia. En ella, todos somos hermanos y hermanas en Cristo. Éste es nuestro gran título de gloria, nuestro único título de gloria. Jesús no nos ha dado otro título sino éste solo: el de hermanos. El Señor quiere que haya más fraternidad entre nosotros, más sencillez, más atención, ante todo, a sus palabras, a su Evangelio. No quiere nuevos títulos entre nosotros ni nuevas obligaciones más que las que figuran en el Evangelio. Y que todos nos ayudemos con sencillez y con fe a ser servidores unos de otros. Así quiere Jesús que sea la comunidad de sus discípulos.

Ensanchar el horizonte (Lunes de la 2ª Semana)


Perdonad y seréis perdonados
(Lucas 6, 36-38)

Al leer o escuchar este pasaje evangélico, uno tiene la impresión de que se nos pide ir por delante de Dios: si somos compasivos, Dios será compasivo con nosotros; si perdonamos, Dios nos perdonará; si damos, Dios nos dará. Esta impresión ciertamente es falsa, porque Dios siempre va por delante de nosotros en todo lo bueno: Él es siempre el primero en dar, en compadecerse y perdonar, antes incluso de que le pidamos perdón.

Y, sin embargo, lo que Jesús nos anuncia es una verdad muy profunda. Si soy compasivo, estoy ensanchando mi corazón y, automáticamente, siento más la compasión que Dios tiene conmigo. Si perdono, valoro más el perdón y, al mismo tiempo, descubro en mí más zonas que necesitan perdón, lo cual me anima a pedir perdón y ser perdonado. Si doy a los demás, aprecio el don y la generosidad y me acuerdo de que yo también vivo de regalos, de que todo es don; caer en la cuenta de esto es recibir un gran regalo. En una palabra, Jesús ensancha considerablemente los horizontes de nuestra vida.
fuente

viernes, 27 de febrero de 2015

Encuentros que dan sentido (Domingo 2º Cuaresma)



Este es mi Hijo amado; escuchadlo
(Marcos 9,2-10)

El 2º Domingo de Cuaresma nos presenta como tema de reflexión en el evangelio el conocido pasaje de la Transfiguración según la versión de San Marcos . Esta experiencia que Jesús vive con sus discípulos de más confianza, Pedro, Santiago y Juan, cumple un triple objetivo: 

En primer lugar retirarse por un tiempo a un lugar tranquilo y sosegado para llenarse de Dios desde la contemplación serena, la oración dirigida a Dios Padre, la escucha atenta y el diálogo con sus discípulos para fomentarles la fidelidad y la fuerza después de lo que habían vivido acompañándole y sintiendo, en muchos momentos, incomprensión y hasta rechazo, no exento, ciertamente, de aceptación y gozo. 

En segundo lugar se muestra la identidad del Señor para que no quepan dudas de ser el Hijo de Dios: “Éste es mi Hijo Amado, ¡escúchenlo!” (Mc. 9,7). Los discípulos, poco a poco, disipan dudas, alejan temores y se van identificando con el Proyecto del Señor. 

En tercer lugar, en ese ambiente de alegría y bienestar, y cuando ya terminaba el diálogo y la manifestación de Dios, el Señor les predice su pasión para que la euforia no apague el verdadero sentido del seguimiento: la instauración del Reino como cruz y fidelidad de vida hasta la resurrección.

La experiencia del monte Tabor sirve a los discípulos de iluminación sobre la verdadera identidad de Jesús, de aliento para que ellos puedan recorrer el camino del Maestro y de exhortación a realizar ese recorrido bajo el imperativo de la escucha. 

No hace falta demostrar con muchas palabras el matiz cuaresmal que contiene la Transfiguración del Señor. También nosotros necesitaremos espacios de encuentro con el Señor para dar sentido y valor auténtico a nuestro diario vivir; fomentar el diálogo sereno, la capacidad de escucha, el aliento interpersonal será imprescindible para recuperar nuestra armonía interior; reafirmar la fe en el Señor, aceptarlo como el Hijo de Dios reorientará nuestros objetivos y prioridades; poner el punto de mira en la luz de la resurrección nos dará esperanza para afrontar con optimismo las cruces de la vida.

Pedro Guillén

Confiar en la fuerza creadora del amor (Sábado de la 1ª Semana)


Amad a vuestros enemigos
(Mateo 5, 43-48)

Estas palabras son de las que tenemos más olvidadas entre todas las que pronunció Jesús. Para muchas personas -incluidos no pocos cristianos- estas palabras pecan de falta de realismo, son pura utopía. Sin embargo Jesús habla con mucho realismo: habla de enemigos, de personas que nos aborrecen, nos persiguen o nos calumnian. No: Jesús sabía muy bien en qué mundo injusto y violento vivía. Por eso nos enseña que la espiral de la violencia no se rompe añadiendo más violencia. Sólo el bien y el amor pueden romper esa espiral.

Además -añade Jesús- esa espiral ya está rota: la ha roto el amor del Padre del cielo, que es generoso y compasivo con todos, que hace salir el sol sobre justos e injustos, es decir, sobre todos nosotros, que somos unas veces justos y otras veces injustos.

Hay dos fuerzas contrarias que se disputan nuestro mundo y nuestras vidas. La fuerza del odio y la violencia hace más ruido. La del amor y la misericordia no hace ruido y es la que nos mantiene en vida y nos impide llegar a la ruptura. Jesús nos pide hoy que creamos en la fuerza creadora del amor y pongamos nuestra confianza en ella.

jueves, 26 de febrero de 2015

Primero, siempre, la fraternidad (Viernes de la 1ª Semana)


Ve primero a reconciliarte con tu hermano
(Mateo 5, 20-26)

En nuestras familias apreciamos las buenas maneras, incluso practicamos ciertos ritos de gran valor. Pero lo que más apreciamos es el cariño de los nuestros. Los padres se alegran, sobre todo, cuando ven que sus hijos se entienden bien.

La familia de los hijos de Dios se basa también en estos mismos valores. Lo que más desea nuestro padre Dios es que sus hijos se entiendan entre sí, se ayuden y sepan perdonarse cuando surja algún conflicto entre ellos. Si nos negamos la palabra o el perdón, si falta la ayuda mutua y la alegría en nuestras relaciones, los ritos que cumplamos ante nuestro Padre Dios no le pueden agradar. Si, cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda y vete primero a reconciliarte con tu hermano. Jesús no lo pudo decir más claro: ni la Eucaristía ni el sacramento del perdón tienen valor a los ojos de Dios, sin el perdón pedido o concedido al hermano. Sencillamente, porque Dios nos quiere y desea nuestro bien.

miércoles, 25 de febrero de 2015

Llamar a la puerta día y noche (Jueves de la 1ª Semana)


Quien pide, recibe
(Mateo 7, 7-12)

Orar es pedir, buscar, llamar a la puerta día y noche, sin cansarse nunca. Orar siempre hasta que la oración termine siendo un estado y no sólo en una práctica ocasional, un modo de ser delante de Dios y de los hombres, tal como lo práctico y nos lo propuso Jesús.

Jesús, con cierta ironía, razona con los que le están escuchando: vosotros, pese a vuestros límites, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos. iCuánto más vuestro Padre del cielo dará cosas buenas a los que le piden! Los padres no dan a sus hijos cualquier cosa que éstos les pidan; sólo les dan cosas buenas, sin dejarse dominar por los caprichos o las escenas que a veces les montan los hijos. Pues bien, vuestro Padre del cielo no es ni peor ni mejor que vosotros. Por eso, Dios os dará siempre y únicamente cosas buenas.

¿Quién sabe y quién decide qué cosas son buenas? Obviamente, los padres de la tierra y el Padre del cielo. Cuando hay una buena relación entre padres e hijos, esto no plantea problema mayor. Lo mismo, cuando hay una buena relación entre nosotros y el Padre del cielo, tampoco debe haber ningún problema. La buena relación con Dios es lo que llamamos tener fe. Fe, ante todo, en la bondad de Dios. Pero imaginamos que a Dios lo podemos manipular como a un fetiche, eso no es fe, sino magia: es un gran error. De lo que no cabe la menor duda es que Dios siempre nos dará cosas buenas.

martes, 24 de febrero de 2015

Resistencias (Miércoles de la 1ª Semana)


Los habitantes de Nínive se arrepintieron de su mala conducta
(Lucas 11, 29-32)

Algunos, o tal vez muchos, de los que escuchaban a Jesús reclamaban un milagro portentoso que acreditase su predicación. En la parábola del rico que banqueteaba cada día y del pobre Lázaro, Jesús les responderá que quien no se convierta al escuchar la predicación de los profetas tampoco lo va a hacer aunque vea resucitar a un muerto. El gran signo, el mayor de los milagros que Dios ha puesto ante nuestros ojos, es la persona misma de Jesús y su predicación. Jesús supera no sólo a todos los profetas y sabios de Israel, incluido el mismo rey Salomón, sino a cualquier otra persona de nuestros tiempos y de toda la historia de la humanidad. Al que no le sirva este signo, poco o nada le va a servir cualquier otro.

Por eso, Jesús insiste de nuevo en la misma idea al poner como modelo a sus oyentes judíos la conversión de los paganos de la ciudad mesopotámica de Nínive y la de la reina pagana de Sabá. Nosotros también andamos a veces buscando la gran prueba que nos obligue a creer. Pues bien, ya la tenemos: la gran prueba es Jesús mismo, aunque no quiere forzar nuestra libertad. 

Lo que nos falta es procurar conocer mejor a Jesús y escucharlo cada día con todos los sentidos; sólo así podremos vencer las resistencias que nosotros mismos levantamos ante los cambios, especialmente los que nos exigen transformación y salir de nuestra zona de confort, esos que nos hacen sentirnos, a veces, tan incómodos. Jesús nos propone un cambio de vida, no hacer unos cambios en la vida, si queremos resucitar con él.

lunes, 23 de febrero de 2015

¿Y tus hermanos? (Martes de la 1ª Semana)


Vosotros rezad así
(Mateo 6,7-15)

Jesús se dirige a personas que ya rezan, que ya oran. Por eso, no les dice que recen, sino que recen de otra manera. Para Jesús, orar no es cuestión de multiplicar las palabras. Cuando oréis, no uséis muchas palabras. No necesitamos convencer a Dios de que se interese por nosotros, ni mucho menos cansarlo con nuestras preces y nuestras peticiones. Lo importante no es el número de palabras o de oraciones que le dirigimos, sino el espíritu, la actitud con la que las pronunciamos.

A Dios le agrada que nos dirijamos a Él con espíritu filial, con la confianza y con la alegría con la que un niño pequeño se dirige a su padre o a su madre. Vosotros rezad así: Padre nuestro. Así oraba Jesús en toda circunstancia, lo mismo en el Tabor que en el Huerto de los Olivos. Y siempre salía renovado y reconfortado de su encuentro con el Padre. Dios espera que nosotros también salgamos reconfortados, llenos de una nueva paz y alegría, de nuestro encuentro con Él.

Y no olvidemos que cada vez que llamamos a Dios Padre nuestro oímos inmediatamente su respuesta, ¿y tus hermanos?

Padre nuestro (los Fabulosos Cadillacs)
Me estás consumiendo, me estás malgastando 
me estás desesperando y me arrodillo por vos 
me estás confundiendo me estás caminando 
y estás resecando, ay señor, mi corazón. 

Quiero ver amanecer, 
pero del otro lado ver amanecer 
pero que alguien se quede aquí para saber 
si yo sigo vivo 
por eso quiero ver amanecer 
pero del otro lado ver amanecer 
pero que alguien se quede aquí para saber 
si yo sigo vivo. 

Tengo el alma escapada, la consciencia mareada 
mi vida está tan cansada de buscar tu perdón 
vengo volando muy bajo, 
buscando algún claro donde descansar 
es que me vengo bandeando, 
me estoy cayendo de tanto esperar. 

Cielo bonito devuelve mi alma, 
cielito yo te pido otra oportunidad 
cielo no me hundas, no me desmorones 
cielito no me dejes sin saber la verdad. 

Me escape de mi casa, me escape de mi amor 
pero nadie se escapa de tu mano Señor.

domingo, 22 de febrero de 2015

Un amor más grande que nosotros (Lunes de la 1ª Semana)


Lo que hicisteis con uno de éstos, conmigo lo hicisteis
(Mateo 25,31-46)

Acabamos de oírlo: el Señor se identifica totalmente con nosotros. Cada uno de nosotros podemos decir: Cuando recibimos una atención por parte de los demás, el Señor se alegra como si la hubiera recibido Él mismo. Y, de la misma manera, el desprecio o la injusticia que recibamos de los demás, el Señor la siente como cometida contra Él mismo.

No se puede decir con más claridad y con más fuerza cómo nos quiere el Señor a cada una y cada uno de nosotros. Este amor es tan grande que no acabamos de creérnoslo. Siempre que escuchamos este pasaje del Evangelio, nos sorprende. Y siempre también lo olvidamos. Olvidamos que en cada atención o falta de atención a un hermano o a una hermana estamos teniendo una atención o una falta de atención con Jesús mismo. En el fondo, esto es lo que nos falta: la atención al Señor mismo, a su Palabra y, por ello, a su presencia en cada hermano y hermana.

Tampoco debemos olvida que esta presencia encarnada de Cristo, esta identificación con los necesitados de lo más básico (alimento, bebida, exilio, precariedad de salud, ropa, marginación...), es presentada como oculta para las Naciones que son convocadas al juicio final haciendo referencia a la responsabilidad de todos los seres humanos con respecto a cada persona: aunque no hayan llegado a conocer a Cristo y comprometerse en su seguimientos, a todos se pedirá cuenta de nuestros hermanos y hermanas, los hombres y mujeres, no sólo por un imperativo ético, sino por un deber fundamentado en las dos cualidades de las que somos portadores, la igual dignidad y la sociabilidad innata.

Nosotros que conocemos a Jesús y le seguimos, tenemos la tarea de visibilizar esta realidad como proyecto del Padre para toda la humanidad. Lo que permanece oculto a los ojos de muchos nosotros lo tenemos que hacer diáfano.

sábado, 21 de febrero de 2015

Cuarenta semanas (Domingo 1º de Cuaresma)



Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio
(Marcos 1,12-15)

Cuarenta días de diluvio antes del arcoíris, cuarenta años de Israel tras dejar Egipto, cuarenta días de Moisés en la montaña pactando con Dios, cuarenta días de Elías caminando para volver al monte de la alianza, cuarenta días paso Jesús en el desierto y otros muchos cuarenta bíblicos elementos que simbolizan tiempo de prueba, de crisis, tiempo de preparación para algo. De gestación. ¿Saben cuánto dura un embarazo humano? ¡Justo!... 40 semanas. Y Cuarenta días dura el desierto de nuestra cuaresma.

La experiencia del “desierto” es un símbolo grandioso que nos habla de desapego, de austeridad, de soledad, de lucha, de tentación. Todo esto tiene que ver con aquello que nos prepara para seguir a Jesucristo hasta la Pascua, para vaciarnos de todo lo que no sea de Dios.

Hay muchas clases de desiertos: geográficos, sociales, humanos, espirituales. Todos nos hablan de marginación y dureza, de dificultad y de lucha; pero también de fe y esperanza, de oración y compromiso. Y es buena noticia que Jesús fuera al desierto. Quiere decir que estas experiencias están redimidas y pueden ser redentoras.

Y es buena noticia saber que Jesús fue al desierto no por caprichoso o curiosidad, sino empujado por el Espíritu Santo. Casi resulta sorprendente. Jesús se sentía dominado enteramente por es Fuerza de Dios. Y la fuerza se manifestaba con amor. Movido por esta Fuerza-Amor, sería “enviado a evangelizar a los pobres... a dar libertad a los oprimidos...”. Movido por esta Fuerza-Amor, expulsaría a los demonios y devolvería la salud a los enfermos. Movido por esta Fuerza-Amor, denunciaría la injusticia y entregaría su vida. Movido por esta Fuerza-Amor, se marcharía al desierto.

Esta permanencia de Jesús en el desierto es, por lo tanto, una respuesta de amor. Entra el en desierto para dejarse envolver más por el amor del Padre, para meditar y saborear la palabra que ha escuchado, para estar a solas con Dios.

Todas las experiencias del desierto, escogidas o forzadas, deben ser experiencias de amor. A través de ellas, de un modo o de otro, Dios te prepara para un encuentro con Él con profundidad, para llevarte a una mayor libertad, y de ahí, probablemente, a un mayor compromiso. Que quede claro, el desierto no tiene por qué ser un lugar terrible; aunque no lo parezca, el desierto es un lugar de amor. Así se expresa Dios mismo: “Voy a seducirle, le llevaré al desierto y le hablaré al corazón”(Os 2, 16-18). “Lo encontró en el desierto... y lo cubrió, lo alimentó, lo cuidó como a la niña de tus ojos. Como un águila incita a su nidada, revolotea sobre sus polluelos, así extendió sus alas y lo tomó y lo llevó sobre sus plumas” (Dt 32, 10-11). Te conviene un poco de desierto, para que sientas el cuidado y el cariño del Señor.

Pero el desierto también es lugar de prueba. No es lugar de turismo, sino de combate. La sequedad, la soledad, el despojo, los recuerdos, las dudas... no tienes ningún colchón donde descansar. Y surgirá la tentación. Irremediablemente surgirá: sobre ti mismo, sobre tu misión, sobre tu obra, sobre tu imagen, sobre tu fe; y sobre los demás, pero sobre todo, sobre Dios.

Así pues, el desierto es lugar de amor, lugar  de prueba, lugar de decisión. El desierto es lugar de despojo y anonadamiento, pero por eso mismo lugar de encuentro con Todo, con la Zarza ardiendo de Amor. El desierto es también lugar de soledad, de silencio, pero también de búsqueda. Al final puede ser lugar de respuesta, lugar de luz, lugar de encuentro.

Cuarenta horas, o cuarenta días, o cuarenta semanas, o cuarenta meses, o cuarenta años de gestación para "dar a luz", para aceptar el querer del Padre, para abrise a su misericordia, para experimentar en nosotros y practicar con los hermanos el perdón y el amor, para llegar a morir y resucitar con su Hijo.

viernes, 20 de febrero de 2015

ATS de la misericordia (Sábado después de Ceniza)


No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores
(Lucas 5, 27-32)

Jesús, compartiendo mesa y conversación con el publicano Leví y con otros muchos recaudadores de impuestos, es decir, con un grupo de pecadores públicos, anunciaba ya el banquete eucarístico que los cristianos celebramos con el Señor resucitado. En este tiempo de Cuaresma nos fijamos especialmente en que los compañeros de mesa de Jesús, los de entonces y los de ahora, somos pecadores, somos enfermos que necesitamos médico.

Por eso, siempre empezamos la Eucaristía con el rito penitencial, reconociéndonos pecadores, aunque invitados a su mesa y manifestando nuestro deseo de ser curados por Jesús, el Médico de nuestras almas. Y, a continuación, escuchamos atentamente el tratamiento que nos prescribe. Su Palabra, que nunca faltó en los banquetes en los que tomó parte Jesús en su vida mortal, como tampoco en nuestras Eucaristías, nos indicará cada día lo que hemos de hacer para curamos de nuestros males.

Y nosotros, que hemos experimentado el perdón, el amor y la misericordia de Dios, ¿que vamos a hacer? ¿cómo lo vamos a compartir? La clave para responder está en la lectura de profeta Isaías proclamada en este día: Cuando destierres de ti la opresión, el gesto amenazador y la maledicencia, cuando partas tu pan con el hambriento y sacies el estómago del indigente, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía. Nuestra salud (luz) está en el Maestro, pero no cuando solamente lo contemplamos a Él, sino cuando ponemos todo de nuestra parte para ser médicos, quizás humildes ATS de la misericordia.

Cuaresma, camino hacia la Pascua (Índice de entradas)


Del mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma recuperamos estos dos párrafos que se vuelven, para todos nosotros, en tarea y responsabilidad al participar del doble alimento de la Palabra y la Eucaristía:

La Cuaresma es un tiempo propicio para dejarnos servir por Cristo y así llegar a ser como Él. Esto sucede cuando escuchamos la Palabra de Dios y cuando recibimos los sacramentos, en particular la Eucaristía. En ella nos convertimos en lo que recibimos: el cuerpo de Cristo. En él no hay lugar para la indiferencia, que tan a menudo parece tener tanto poder en nuestros corazones. Quien es de Cristo pertenece a un solo cuerpo y en Él no se es indiferente hacia los demás. «Si un miembro sufre, todos sufren con él; y si un miembro es honrado, todos se alegran con él» (1 Co 12,26). 

¿Dónde está tu hermano?» (Gn 4,9) 

Lo que hemos dicho para la Iglesia universal es necesario traducirlo en la vida de las parroquias y comunidades. En estas realidades eclesiales ¿se tiene la experiencia de que formamos parte de un solo cuerpo? ¿Un cuerpo que recibe y comparte lo que Dios quiere donar? ¿Un cuerpo que conoce a sus miembros más débiles, pobres y pequeños, y se hace cargo de ellos? ¿O nos refugiamos en un amor universal que se compromete con los que están lejos en el mundo, pero olvida al Lázaro sentado delante de su propia puerta cerrada? (cf. Lc 16,19-31).

Índice de reflexiones:





Nuestro único título: hermano (Martes de la 2ª Semana)

Por amor nuestro (Miércoles de la 2ª Semana)

Un Dios para tu hermano (Jueves de la 2ª Semana)

He muerto y he resucitado (Viernes de la 2ª Semana)

El reino es fraternidad (Sábado de la 2ª Semana)

Gratuidad que reune (Domingo 3º de Cuaresma)

Verdades como puños (Lunes de la 3ª Semana)

Tejados de cristal (Martes de la 3ª Semana)

Una ley de máximos: el amor (Miércoles de la 3ª Semana)

Nos ha creado hermanos (Jueves de la 3ª Semana)

Entrega sin límites (Viernes de la 3ª Semana)

Puro regalo (Sábado de la 3ª Semana)

Luz que no esconde (Domingo 4º de Cuaresma)

Señales para creer (Lunes de la 4ª Semana)

Encarnación diminutiva (Martes de la 4ª Semana)

Cómplices de Dios (Miércoles de la 4ª Semana)

Íntegros y obedientes (Jueves de la 4ª Semana)

Entrar en el gran misterio (Viernes de la 4ª Semana)

Experiencia de palabra (Sábado de la 4ª Semana)

Tierra en fruto (Domingo de la 5ª Semana)

La misericordia se ríe del juicio (Lunes de la 5ª  Semana)

Mirar como Dios (Martes de la 5ª Semana)

Desde las entrañas (Miércoles de la 5ª Semana)

Apenas estamos comenzando (Jueves de la 5ª Semana)

Seréis dioses (Viernes de la 5ª Semana)

Solidarizarse hasta en la muerte (Sábado de la 5ª  Semana)

jueves, 19 de febrero de 2015

El verdadero ayuno (Viernes después de Ceniza)


Llegará un día en que se lleven al esposo y entonces ayunarán
(Mateo 9,14-15)

El profeta Isaías y Jesús, sobre todo, nos enseñan cómo tenemos que entender el ayuno: no como una práctica que tiene sentido por sí misma, sino en relación con el núcleo de la fe. Y el núcleo de nuestra fe es Jesús resucitado, el Novio, al que tenemos con nosotros todos los días. Estar muy atentos a la presencia de Jesús junto a nosotros es lo más importante y el punto de partida de todas nuestras prácticas religiosas. Si lo hacemos así, practicaremos las formas de ayuno más conformes con lo que Él nos enseñó, y que coinciden con las formas de ayuno que ya había enseñado el profeta Isaías: partir nuestro pan con el hambriento, hospedar a los sin techo, hacer saltar todos los cepos, sobre todo los que atan la libertad interior.

Jesús insistió en que éste era su gran mandamiento, el mandamiento del amor, hacemos próximos a los que sufren a nuestro alrededor. Este mandamiento tiene que ser nuestro primer objetivo en la Cuaresma. Hoy pediremos al Señor que nos inspire la forma concreta de ayuno que mejor traduzca nuestra alegría por la presencia del Novio y nuestro amor al prójimo.

miércoles, 18 de febrero de 2015

La Valla I


Hace unos días oí una noticia escalofriante: se van a cerrar los campamentos cercanos a la valla entre Marruecos y España por peligro.... Parece que el peligro son los emigrantes que no traen más que enfermedades, necesidad, violencia y muerte.

Me tocó porque hace solo unos días escuché al vivo el testimonio de cinco hombres africanos, jóvenes, llenos de vida, de su lucha por vivir, por trabajar dignamente y por ayudar a los miembros de su familia en Camerún y Guinea.

Nos narraron las penurias del largo viaje desde su país hasta nuestras fronteras, la dureza del desierto, el desespero de seguir hacia el norte porque en los países vecinos a los suyos no encontraban trabajo, apenas algo para poder sobrevivir.

Alguno jamás había oído hablar de España, no sabía dónde estaba, no era su meta llegar aquí sino encontrar un lugar donde vivir en paz y ayudar a los suyos. Al llegar a Marruecos se encontraron con los miles de compañeras y compañeros que intentan saltar la valla cada día. Una experiencia cuando menos traumática para los supervivientes de una experiencia de miedo, de alto riesgo, de violencia y de muerte.

Estos cinco consiguieron salvar el obstáculo mayor pero no el único. Están en nuestro país pero su deseo de trabajar y enviar dinero a casa está por realizarse; por ahora aprenden nuestro idioma, nuestras costumbres. Nos agradecen el tener donde estar, donde vivir pero sufren porque la situación de necesidad se hace cada vez más acuciante en sus lugares de origen.

De entre el público que les escuchaba salió la voz del tópico, de la ignorancia atrevida que pregunta: ¿quién les engañó diciéndoles que aquí encontrarían trabajo; no saben que estamos en crisis? Varias personas conscientes de la realidad se abalanzaron: pero si ellos no buscaban venir aquí, si son las estructuras sociales y políticas de nuestros países las que provocan que aquellos que tienen menos recursos sean los más perjudicados y no les quede más remedio que arriesgar sus vidas para intentar sobrevivir.

La cuestión no es si cerrar o no los campamentos cercanos a la valla sino primero de todo ¿por qué construimos vallas, por qué no cuestionamos a los gobiernos que no se preocupan de su gente y "arremetemos" contra los pobres que hacen lo imposible por salvar sus vidas?

Otra noticia: unas trescientas personas han perdido probablemente la vida intentando llegar a las costas de Italia. Aquellos a quienes habían pagado para poder salir en lanchas hinchables les obligaron a hacerse a la mar a pesar del mal tiempo y de las pocas posibilidades de llegar a tierra.

El evangelio de Marcos que estamos leyendo estas semanas en las misas de diario nos indican cómo Jesús intentó con sus gestos y sus palabras abrir fronteras: en la religión, en los diferentes estamentos sociales, entre pueblos. Una apertura que con el tiempo le costaría la vida porque ni entonces ni ahora estamos dispuestos a que nadie nos rompa nuestras estructuras, nos cuestione nuestras tradiciones, nos cambie la imagen de Dios.

A Jesús no le interesó pactar ni con los romanos, ni con los fariseos, tampoco con los zelotas ni con los publicanos. Era demasiado libre como para formar parte de un "programa" con intereses creados. La verdad era para todos lo que quisieran escucharle y vivir el mismo tipo de libertad sin seguridades falsas de ningún tipo.

Por eso el evangelio hay que leerlo en un contexto, hay que buscar comentarios de personas entendidas en Biblia que nos den una visión de conjunto y que nos ayuden a interpretar. Si vamos demasiado por nuestra cuenta tenemos el peligro de no entender nada, lo mismo que nos puede pasar cuando oímos las noticias sobre nuestros hermanos de otros países que intentan llegar a Europa o a otros lugares de "primer mundo". No es la ambición o el "querer ser y vivir como nosotros" lo que les mueve en general, sino una necesidad existencial de supervivencia y la necesidad inaplazable de paliar el dolor de sus familias que han dejado atrás.

Si opinamos lo mismo que la mayoría de la gente de nuestro alrededor ¿qué es lo que nos distingue como cristianos, seguidores de Jesús? ¿Rompemos fronteras como Él o nos acomodamos al sentir de quien no considera a los demás seres humanos como hermanos y hermanas? ¿Nos duele el bolsillo y la vida por compartir lo que tenemos y somos?

No basta una sonrisa, una palabra de afecto, es muy poco teniendo un maestro tan radical como el nuestro. El evangelio nos llama a ser buena noticia y para eso hay que usar mucho la cabeza y el corazón.

Claro que no vamos a solucionar los problemas que los gobiernos de muchos países no quieren ni mirar de frente. Jesús tampoco lo hizo, pero cuando alguien se quería justificar delante de Él le plantaba la verdad. No te excuses con argumentos de poco peso. Llama a las cosas por su nombre y no pases a todo el mundo por el mismo rasero. Si hay algo de lo que nos tenemos que ocupar y preocupar los cristianos es que nuestros hermanos y hermanas no sean tratados con la dignidad que se merecen. El sabernos hijas e hijos de Dios nos compromete la vida: hasta dónde sólo depende de nuestro amor y sensibilidad. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

Carmen Notario
Eclesalia

... fui extranjero y me acogisteis ... (Mt 25, 35)

Salvar la vida es hacerla mejor (Jueves después de Ceniza)


El que pierda su vida por mi causa, la salvará
(Lucas 9, 22-25)

Lo mismo en esta Cuaresma que en toda nuestra vida, de lo que se trata es de salvar nuestra vida, como dice Jesús. Dios ha puesto nuestra vida en nuestras propias manos, porque nos trata como a hijos libres, no como a esclavos. Pero al mismo tiempo nos ofrece su ayuda y un modelo único, que es Jesús, el Hijo único de Dios. Salvar la vida es hacerla mejor. Más aún: tiene mucho que ver con la gran aspiración de toda persona a la felicidad.

Pero la felicidad que podemos alcanzar en este mundo es perfectamente compatible con el sacrificio; incluso exige ser capaz de aceptar ciertos sacrificios para alcanzar unas metas superiores, tanto para nosotros mismos como para los demás. Así entendió su propia vida en este mundo el Hijo de Dios. Y así la entendemos también los que tenemos fe en Él. La entendemos así, además, porque sabemos que la vida que hemos recibido de Dios no acaba con la muerte, sino que después viene la etapa definitiva en la que, por puro regalo, disfrutaremos de la vida misma de Dios. Todo esto es salvar nuestra vida. Y todo esto es lo que el Señor quiere que tengamos bien presente.

Tareas para toda la vida (Miércoles de Ceniza)


Tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará 
(Mateo 6,1-6.16-18)

El Señor nos indica tres prácticas importantes, no sólo para la Cuaresma, sino para toda nuestra vida. La limosna brota espontáneamente de un corazón compasivo, como era el de Jesús, y presupone siempre la preocupación por la justicia; de lo contrario, no tendría sentido. La oración es la práctica filial por excelencia, porque nos pone en contacto inmediato con el Padre. El ayuno nos recordará que no sólo de pan vive el hombre; ayunar de pan o de algún placer innecesario de vez en cuando nos ayudará a recordar que somos más que cuerpo, más que un haz de necesidades corporales, lo cual, en vez de entristecemos, tiene que llenamos de alegría.

Además, el Señor insiste mucho en que todas estas prácticas tienen que ser una ocasión de poner nuestra confianza y nuestra esperanza en Dios. ¿De qué puede servimos que lo vean los demás? Lo importante es que todo esto nos une más a Dios, que todo esto es para Dios una ocasión de volcarse sobre nosotros, que somos sus hijas e hijos muy queridos. 



martes, 17 de febrero de 2015

La "marca de Caín"


A las puertas de la cuaresma, casi la primera reflexión que nos viene a la mente, habituados como estamos a simplificar, es identificarla con su dimensión penitencial, lo cual nos limitas para abrirnos a otros aspectos como su finalidad más importante, a saber, que este tiempo es el camino que conduce a la Pascua. 

Por eso, al comenzar el camino cuaresmal, que resuene en nosotros su mensaje más claro: Si quieres vivir la Pascua plenamente, prepárate, ponte en marcha para vivir el acontecimiento más grande de la fe.

El miércoles seremos convocados para salir de nuestra tierra de esclavitud y de alienación, para alcanzar el reino de la libertad y de la vida. Si no perdemos de vista la meta, si seguimos la estela de Jesús, podremos celebrar con él su Pascua, nuestra pascua.

La imposición de la ceniza marcará la línea de salida de nuestra peregrinación y en nuestra frente seremos señalados con el signo que muestra nuestra fragilidad y condición pero, también la marca que nos identifica como participantes comprometidos en el camino hacia la resurrección.

La cruz con la que nos signaran puede valernos también para recordar más intensamente, cada vez que la hagamos sobre nuestra frente, los tres compromisos que asumimos en nuestro bautismo cuando fuimos acogidos en la Iglesia con señal de la cruz: salir al encuentro de Dios y renovar nuestra relación con Él (oración), cuidar de nuestros hermanos más pobres, débiles e indefensos (limosna) y vivir de lo esencial desnudándonos de los superfluo que oculta o desvía, para situarnos en verdad ante lo que uno es y para lo que uno vive (ayuno).



Sin embargo, aunque enamorados de este ideal tan grande, el cual vemos posible y necesario, nos faltan las fuerzas. Han sido tantas la veces que hemos empezado el camino y tantas las que hemos creído fracasar que pensamos que el mal es más fuerte que nosotros; pero solo es un misterio que no logramos descifrar. Además del mal de la enfermedad y la muerte, que podemos llegar a comprender y aceptar, siempre nos queda los otros males, los que minan nuestra esperanza: el mal de las rencillas, los odios y las venganzas; ese mal que se mueve entre las familias y los hermanos,entre los vecinos y los compañeros de trabajo, entre los pueblos y las naciones [1]. Pero, como cantó el poeta malagueño Emilio Prados [2]

No es lo que está roto, no, 
el agua que el vaso tiene: 
lo que está roto es el vaso 
y, el agua, al suelo se vierte. 

No es lo que está roto, no 
la luz que sujeta al día: 
lo que está roto es el tiempo 
y en la sombra se desliza. 

No es lo que está roto, no 
la sangre que te levanta: 
lo que está roto es tu cuerpo 
y en el sueño te derramas. 

No es lo que está roto, no, 
la caja del pensamiento: 
lo que está roto es la idea 
que la lleva a lo soberbio. 

No es lo que está roto Dios, 
ni el campo que Él ha creado: 
lo que está roto es el hombre 
que no ve a Dios en su campo.

Esta realidad del género humano ya la trató de explicar el redactor Yahvista del Génesis con la historia de Caín y Abel (Gn 4, 1-15). No son nuevas las guerras ni las guerrillas. Ya entonces, Caín mató a Abel. Y la culpa le persiguió para toda su vida. Y parece que desde entonces la sangre sigue llamando a la sangre [3]

Entonces, ¿hay esperanza? Hay un hecho vital en este relato Yahvista del Génesis que debemos tener presente: Dios no quiere la muerte del criminal. Caín es protegido por una señal divina para que nadie lo mate. Es que nuestro Dios, el que nos ha creado, el que se nos ha manifestado en Jesús como Padre de todos los vivientes, es Dios de Vida y no de muerte [4]. 

El nombre de Caín significa favor de Yahvé. La marca de Caín será el signo de una misericordia arrancada a Dios por la tenacidad con la que Caín es capaz de plantarse a llorar frente a Aquél la tragedia a la que lo ha conducido su propia libertad: el valor del reclamo perseverante de lo que no merecemos, nos deja también a las puertas del resto del mundo bíblico [5].

Dios no quiere nuestra destrucción sino que lleguemos a nuestra plenitud. No hay pecado que sea más grande que el amor del que nos ha creado y nos ha querido libres. Puede que Caín perdiese la posibilidad de ser portador del favor de Yahvé, pero será en adelante portador de una marca dada por el mismo Dios, el que Jesús reveló como Padre: de portador del favor a portador de la misericordia gratuita; así pues, portador él y portadores nosotros de la esperanza.

Podemos hacer que el camino cuaresmal -nuestra misma existencia-, vaya por otros derroteros, concretamente recuperando su dimensión de aliento, de esperanza que tanto necesitamos ganar, porque la esperanza no es lo último que se pierde sino lo primero que se gana porque sino estamos perdidos [6]; o como dice, más bellamente, el autor de Proverbios: Cuando no hay visiones el pueblo se relaja (29, 18).

Las visiones, son el alma de un pueblo, son ellas las que permiten a la humanidad mantenerse con vida y en camino hacia la conquista de algo nuevo como la que dice san Juan: Vi un cielo nuevo y una tierra nueva… Las visiones, los sueños son los que permitirán a los miembros de una comunidad, impregnada de la espiritualidad vicenciana, avanzar por el camino hacia Jesucristo encarnado en los pobres y hacerlo con el fuego de la caridad que animó a san Vicente de Paúl. 

El sueño de Jesús es que, ese fuego que vino a traer, arda y se propague en los corazones de todos los seres humanos. Este es un tiempo especial para tener visiones, para soñar, para abrir nuevos caminos, porque es preciso caminar y soñar para no terminar acomodándonos en la rutina, varados en nuestras seguridades, para acabar por vivir del pasado y en el pasado... Nuestra meta, no lo olvidemos, es la Pascua.

Felipe Manuel Nieto Fernández

Propuesta para caminar hacia la Pascua

Durante el tiempo de Cuaresma vamos a ofrecer desde el blog una reflexión diaria sobre el Evangelio de cada día con el fin de alimentar el espíritu. Los comentarios  están inspirados en la obra de J. A. Irazabal Andicoechea, Breves homilías para los días laborales, Mensajero, Bilbao 2006.


lunes, 16 de febrero de 2015

Nuestras fantasías


Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano)
fuente: ciudadredonda

Una buena parte de nuestras vidas se satisface fantaseando, aunque, ciertamente, pocos de nosotros admitimos eso, e incluso menos de nosotros confesarían los contenidos de esas fantasías. Nos avergüenza admitir cuánto nos evadimos a la fantasía, y nos avergüenza más revelar el contenido de esas fantasías. Pero, tanto si lo admitimos como si no, todos somos soñadores patológicos; aunque esto no es necesariamente una patología. Nuestros corazones y mentes, crónicamente frustrados por los límites de nuestras vidas, buscan de manera natural el solaz y la ensoñación. Es casi una tentación irresistible. En verdad, cuanto más sensible eres, quizás más fuerte será tu propensión a fugarte a los sueños. La sensibilidad provoca inquietud, y la inquietud no encuentra fácil sosiego en la vida ordinaria. De ahí que se dé esta huída a un mundo de fantasía.

¿Y qué decir de los contenidos de esos sueños?

Tendemos a tener dos clases de sueños. Los de la primera clase son desencadenados sobretodo por los males inmediatos y las tentaciones de nuestras vidas; por ejemplo, un daño o enfado  persistente  te tiene fantaseando sobre la manera de vengarte, y agotas las energías una y otra vez con varias  escenas de represalias en tu mente. O bien, una obsesión emocional o sexual te tiene fantaseando sobre diversas modos de consumación.

La otra clase de sueño al que nos fugamos no está tan desencadenada por los males y obsesiones del momento presente, pero tiene su raíz en algo más profundo, algo expresado clásicamente por san Agustín en las primeras líneas de su libro “Confesiones” (una clave hermenéutica para su vida y la nuestra): “Nos has hecho para ti, Señor, y nuestros corazones están inquietos hasta que descansen en ti”. Simplemente dicho, estamos sobrecargados en lo tocante a nuestras vidas, dados infinitos espíritus e infinitos apetitos, y puestos en este mundo donde todo es finito. Esa es una razón de la insatisfacción crónica. ¿Cuál es nuestro escape? Los sueños.

Sin embargo, los sueños de esta segunda clase son algún tanto diferentes de los primeros. No están tan centrados en las cercanas iras y tentaciones de nuestras vidas, sino más bien son las habituales vidas imaginarias que tenemos interiormente adaptadas a nosotros, vidas de fantasía que colocamos una y otra vez en nuestras mentes como podríamos proyectar y volver a proyectar una película favorita. Pero hay algo interesante e importante que notar aquí. En estos sueños, nosotros nunca somos mezquinos o pequeños; más bien somos nobles y grandes, el generoso héroe o heroína, de gran corazón, inmune a los fallos, inspirando  el respeto perfecto y practicando el amor perfecto. En estos sueños, de hecho, intuimos la visión de Isaías donde prevé un mundo perfecto: el cordero y el lobo yaciendo juntos, el enfermo siendo curado, el hambriento siendo alimentado, toda inquietud siendo traída a calma y Dios mismo secando toda lágrima. Isaías también se imaginaba la consumación perfecta. Su fantasía era una profecía. En nuestras fantasías terrenas quizá nosotros no profeticemos, pero sí intuimos el Reino de Dios.

Dicho esto, aún necesitamos preguntarnos: ¿En qué grado es bueno o malo evadirnos a nuestros sueños?

A cierto nivel, los sueños no son precisamente inocuos, pero pueden ser una forma positiva de relajación y una manera de estabilización en las frustraciones de nuestras vidas. Volver a sentarte en un cómodo sillón y ponerte a soñar despierto puede ser poco diferente de sentarte de nuevo y volver a tu pieza de música favorita. Puede ser un escape que ponga al margen las frustraciones de tu vida.

Pero hay una potencial desventaja en esto: ya que en nuestros sueños nosotros somos siempre el héroe o la heroína y el centro de atención y admiración, nuestros sueños fácilmente pueden alimentar nuestro natural narcisismo. Como somos el centro de todo en nuestros sueños,  fácilmente podemos llegar a estar sobre-frustrados con un mundo en el cual no somos ni mucho menos el centro de algo. Y hay más: Etty Hillesum, reflejándose en su propia experiencia, sugiere otra consecuencia negativa derivada de la habitual fuga a este mundo de nuestros sueños. Afirma que, por hacernos el centro del universo en nuestros sueños, con frecuencia acabamos no pudiendo dar a algo o alguien una simple mirada de admiración. Más bien -con duras palabras suyas- en nuestros sueños admitimos lo que deberíamos estar admirando y, en cambio, nos masturbamos con ello. Por esta razón, entre otras, los sueños bloquean nuestra atención, de vivir el momento presente. Cuando todos nosotros estamos envueltos en la fantasía, es duro ver lo que está delante de nosotros.

Bueno, ¿a dónde deberíamos ir con todo esto? Dado lo bueno y lo malo de nuestros sueños y dada nuestra casi incurable propensión a escaparnos dentro de nuestra fantasía, necesitamos ser pacientes con nosotros mismos. Henri Nouwen sugiere que la lucha por volver nuestras fantasías en oraciones es una de las grandes luchas congénitas de nuestras vidas espirituales. Pierre Teilhard de Chardin cuenta en sus diarios que, cuando era joven, luchó mucho con la fantasía; pero, así que se hizo mayor, fue  más y más capaz de mantenerse en el presente momento sin la necesidad de huir a los sueños. Esa es la tarea que necesitamos para situarnos ante nosotros mismos.